¿Cuántas veces has experimentado una emoción, pero no has sido capaz de expresar con palabras qué estabas sintiendo en ese momento? ¿Alguna vez te has sentido impotente cuando alguien cercano te explicaba cómo se sentía y tú no lograbas entenderle? ¿Te han llegado a desbordar las emociones?
Si la respuesta a estas preguntas es afirmativa, probablemente no hayas desarrollado lo suficiente tu inteligencia emocional, es decir, la capacidad que tiene una persona para identificar, comprender y gestionar tanto sus emociones como las de los demás.
Esta habilidad no es como otras disciplinas, como las matemáticas, la química o la biología en donde, sí, hay distintas hipótesis y formas de analizar un problema, pero normalmente solo existe un resultado correcto para cada planteamiento.
De hecho, se podría decir que hablar de la inteligencia emocional es como hablar de la felicidad: cada persona tiene su propia idea de lo que realmente significa ser feliz y de cómo se puede obtener esta sensación en el día a día. El concepto de inteligencia emocional se emplea en distintos ámbitos -desde los negocios y la educación, hasta los libros de autoayuda- y no es raro que dos personas discrepen en cuanto tratan de definirlo.
En este artículo te contamos qué define a una persona emocionalmente inteligente y por qué es importante aprender a gestionar las emociones propias y entender las ajenas.
Índice de contenido
¿Qué es exactamente la inteligencia emocional y por qué es importante?
¿Se puede ser inteligente sin saber gestionar y expresar bien las emociones? Es cierto que el coeficiente intelectual no se mide en función de si sabes consolar a un amigo que está triste o si tienes en cuenta los sentimientos de los demás antes de actuar; sin embargo, desde hace tiempo tenemos evidencia científica de que las emociones juegan un papel muy importante en la sede de nuestro cerebro que se encarga de tomar las decisiones
Por este motivo, es muy importante ser consciente de la forma en que sentimos y reaccionamos ante los obstáculos y los aspectos positivos. Cuanto mejor nos conozcamos a nosotros mismos, más sencillo resultará tomar decisiones sobre cualquier aspecto de nuestra vida y forjar relaciones sanas y valiosas con las personas que nos rodean.
La inteligencia emocional consiste en desarrollar esta habilidad, y principalmente se consigue trabajando 5 elementos:
- El autoconocimiento emocional, es decir, ser consciente de cómo nos influyen las emociones.
- La autorregulación, o saber evitar que las emociones nos dominen y saboteen en un momento concreto.
- La automotivación, para poder centrar nuestro foco de atención.
- La empatía o el reconocimiento y respeto de las emociones de aquellos que nos rodean.
- Las habilidades sociales o la capacidad que tenemos para relacionarnos con los demás.
Razón y emoción: ¿cómo funciona nuestro ordenador emocional?
Emoción y razón son dos conceptos que a menudo se dibujan separados y que, sin embargo, probablemente no podrían vivir el uno sin el otro. El modelo del “cerebro triuno” establece que tenemos tres cerebros interconectados en vez de uno y que cada uno de ellos posee su propia forma de funcionar: el reptiliano, enfocado a la supervivencia; el sistema límbico, centro ejecutivo de las emociones; y el neocórtex, la parte más racional de nuestra mente.
Estos tres cerebros se coordinan para sentir, pensar y decidir. La información que reciben se transfiere de uno a otro y en varias ocasiones se ha demostrado que, cuando no trabajan juntos, nuestra capacidad para tomar decisiones disminuye.
En ocasiones, el sistema límbico no deja tiempo suficiente al neocórtex para determinado estímulo y reacciona por su cuenta: nos dejamos llevar por los impulsos. La inteligencia emocional nos permite evitar este tipo de “secuestros emocionales”, una de las razones por las que esta habilidad se asocia a la prevención y la adecuada gestión de los conflictos.
Educar y controlar las emociones
Ser inteligente emocionalmente no consiste en no sentir, o en censurar nuestras emociones en favor de la razón. Es aprender a usar la razón para escucharlas y guiarlas, sin llegar a apagar el sistema límbico. Para lograr hacer esto es necesario educar nuestras emociones.
La memoria y el aprendizaje juegan un papel fundamental en el control emocional. Conforme vivimos y sentimos, nuestro cerebro aprende a conocerse y verse en distintos escenarios y, por tanto, con el tiempo será capaz de tomar mejores decisiones. Como si cuando experimentáramos una emoción nuestra memoria la archivara en cajas ordenadas en base a distintos filtros, gracias a los cuales, cuando después sentimos algo similar, el cerebro sabe en qué caja debe buscar para formular una reacción.
Por tanto, no es que estemos obligados a ser siempre felices, sino que deberíamos abrazar todas las emociones posibles; porque cuanto más sintamos, más capaces seremos de autorregularnos y llevar los mandos de nuestro ordenador emocional.