Tal y como aseguraba el politólogo, filósofo y columnista en El País, Sami Naïr: “El verdadero peligro que amenaza a Europa no es la inmigración subsahariana sino, más bien, el odio”. Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha tratado de identificar este sentimiento aversivo, devastador y profundamente intenso, pero pocos son los que han llegado a una tesis racional alejada de metáforas, comparaciones e ideas románticas a la hora de definirlo.
La literatura, el teatro, la pintura, el cine y todas las artes se han nutrido del amor y el odio como una antítesis cargada de una fuerza y complejidad que, en muchas ocasiones, ha convertido a estos términos en sinónimos y los ha relacionado hasta la extenuación. Pero, como una reacción contraria, igualmente han sido numerosos los ensayos, películas o canciones que han creado una dicotomía alrededor de estos vocablos en la que, frecuentemente, aparecen implícitas también la vida y la muerte o, siguiendo la doctrina maniqueísta, el Bien y el Mal.
Desde un punto de vista científico, el odio es un sentimiento contrario al amor, sin embargo, presenta numerosas connotaciones, variables y emociones derivadas de él, como pueden ser la ira o el rencor que, a menudo, no sabemos cómo calificar.
El odio puede definirse como un sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa o fenómeno, hasta el punto de desear destruir y hacer daño a la persona u objeto causante de dicha emoción. “El odio es persistente, es decir, la persona que odia vive en el odio, desea venganza, y ha elaborado la rabia de tres formas: quiere destruir, hacer sufrir y controlar a los demás”, explica el Doctor Vicente Ezquerro, médico especialista en Psiquiatría en Zaragoza. “El odio sería un incendio, un fuego sin control, y la ira, en cambio, sería un fuego que, en un momento determinado, nos hace reaccionar”, añade Ezquerro.
En definitiva, la ira es una reacción ante un estímulo o una situación que nos causa molestia, y no nos exime del amor, sin embargo, las raíces del odio son mucho más profundas y difíciles de tratar, muchas veces porque ni siquiera la persona que odia es consciente de la magnitud de dicho sentimiento.
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Pregunta.- ¿Qué diferencia hay entre la ira y el odio? ¿Cuál es más peligroso?
Doctor Vicente Ezquerro.- Si me permiten una pequeña disquisición, previamente diría que el odio es el sentimiento contrario al amor. Cuando hay amor, hay amistad; cuando hay odio, no hay amigos, hay enemigos, y el sentimiento que este genera es venganza.
El odio es un sentimiento persistente, la ira es una emoción. Los que amamos, podemos tener ira. La ira es una reacción ante algo que nos perturba, nos molesta, o nos despierta. Quiero decir, no podemos ser indiferentes a personas que amamos, esto no quiere decir que no nos enfademos con ellas. Que seamos iracundos no quiere decir que no los amemos. Por ejemplo, en nuestra cultura Cristo tiene ira en el templo, eso no quiere decir que odie a los mercaderes. En un momento determinado se revela, es una reacción, por lo tanto, defensiva.
P.- ¿Cuál es más peligroso?
Dr. E.- El odio tiene un matiz peor, es persistente, es decir, la persona que odia vive en el odio, desea venganza, y ha elaborado la rabia de tres formas: quiere destruir, hacer sufrir y controlar a los demás. ¿Por qué? Porque está legitimado por un discurso que es: o que a él se le hizo sufrir y eso, al parecer, lo ampara para destruir, para hacer sufrir o para controlar, o porque ha sido colonizado ideológicamente y alguien, transculturalmente o transgeneracionalmente, le ha hecho pensar que tiene derecho a destruir, a hacer sufrir y a controlar.
Por lo tanto, el odio es una sensación persistente y destructiva contraria al amor, mientras que la ira es una respuesta que podemos tener todos en un momento determinado como reacción, por ejemplo, a las personas que odian. Es decir, cuando nos encontramos a gente que odia nos ponemos iracundos, porque nos enfada. Pero claro, la persona que tiene ira no es la persona que odia, la persona que odia vive instalada en el odio.
P.- ¿Puede ser que detrás de la ira y el odio se encuentre el miedo?
D. E.- En la ira hay miedo al otro, porque está haciendo algo que nos molesta, algo que nos ofende, algo que nos perjudica, pero, como decía anteriormente, es reactivo. El odio va mucho más allá, porque en el odio no es que haya miedo al otro, es que hay deseo de hacerle daño al otro. Ese miedo es un miedo que, curiosamente, ha podido ser anticipatorio, está basado en alguien que nos ha hecho daño y, por lo tanto, tenemos una experiencia y queremos devolverle el daño que nos ha infligido, u odiamos a alguien que ni tan siquiera nos ha hecho daño, porque nos han contado que esa persona es objeto de odio y que tenemos que anticiparnos porque de esas personas, de esa cultura o de esa etnia, nos va a venir algo perjudicial.
P.- ¿Y el resentimiento, el rencor, está ligado al odio?
D. E.- El rencor es mucho más leve, es decir, el odio es destructivo y quiere la destrucción del otro, el rencor es un sentimiento que, de alguna manera, nos envenena. El odio sería un incendio, un incendio es algo devastador, es un fuego sin control. El fuego a los seres humanos nos ha hecho calentarnos, nos ha hecho tener amigos, protegernos, sin embargo, un incendio no tiene esa característica. La ira, en cambio, sería un fuego, un fuego que, en un momento determinado, nos hace reaccionar.
Las personas que odian viven en el incendio, son destructores, pero, además, son pirómanos, es decir, se alimentan de fuegos para producir incendios. Las personas que ahora se les llama tóxicas contribuirían a hacer de un fuego un incendio en momentos en los que nos hemos podido enfadar con las personas que amamos o estamos contrariados por situaciones personales o sociales que nos son adversas.
P.- ¿Y vivir en este incendio del odio puede provocarnos, a la larga o incluso a corto plazo, problemas de salud?
D. E.- Pues hombre, fíjense en lo que es un incendio, un incendio para la persona que vive en el odio es devastador. A veces las personas lo justifican diciendo que no fueron amadas y que eso las legitima para incendiar todo lo que sale a su paso, pero en otras ocasiones no son conscientes de ello.
Evidentemente un incendio no es una cosa deseable, el fuego sí. Es un tema muy duro, pero introduciendo el tema del perdón me gustaría citar unas palabras del Dalai Lama, que dicen: “Si no perdonas por amor, perdona al menos por egoísmo”. Es decir, si no puedes apagar el fuego que te consume por la rabia, por la ira, para poder seguir tu camino no es un buen lugar un incendio.
P.- ¿Quién sufre más, el que odia o la persona odiada?
D. E.- Evidentemente el que odia vive en el incendio. La persona odiada puede ser socorrida, puede ser apagada, y todos tenemos mares y lugares y personas a las que recurrir que nos producen calma y confort.
Dr. Vicente Ezquerro – Psiquiatra y psicólogo en Zaragoza
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