222019Ene
¿Un asesino puede cambiar? Límites de la creencia en la rehabilitación psíquica

El reciente asesinato de la abogada zaragozana Rebeca Santamaría por José Javier Salvador alarma de nuevo a la sociedad. De nuevo nos sentimos obligados a reflexionar sobre la necesidad y/o utilidad de la Prisión Permanente Revisable. Tampoco podemos evitar el pensar qué provoca que una excelente profesional del Derecho, llena de bondad y buenas intenciones para con los demás y con la sociedad, pudiera estar atrapada sentimentalmente en la vida de un individuo que obstinadamente volvió a mostrar su carácter narcisista perverso y asesino.

Es evidente que los conocimientos de Derecho no implican conocimientos de Psicopatología ni de Psiquiatría Forense

Cuando esta Letrada, como consecuencia de su continuada relación profesional, llegó a establecer vínculos personales que traspasaban su función como Abogada Penalista para vivir una relación de pareja en el terreno afectivo; cabe deducir que Rebeca creía firmemente en la existencia de una segunda oportunidad social y afectiva para su defendido.

Es obvio que el asesino era un seductor y que su imagen física, servía de disfraz para no delatar su verdadero carácter de narcisista extremo, así como que este era un buen constructor de relatos exculpatorios y justificativos de su conducta; ejerciendo el transformismo de transmutarse cínicamente en víctima social o de las conductas de los demás.

Un análisis de los datos aportados periodísticamente de la personalidad del asesino: grandiosidad (empleo de coches de alta gama, previos al asesinato de su esposa Patricia Maurel en 2003), autosuficiencia, frialdad, ausencia de culpa, señalan la filiación del asesino como narcisista extremo. De estos individuos emana una seguridad a prueba de todo, se muestran autosuficientes y la convicción de que están en lo cierto, logrando convencerte de que estás equivocado. Logran hacerte creer que gozar de sus halagos seductores hacia ti es un privilegio que confirma tu propia imagen al provenir de alguien tan seguro de sí mismo.

Requiere gran habilidad psíquica y férrea seguridad personal no dejarse atrapar en la tela de araña que tejen en torno a sus víctimas, a través de su simpatía y halagos, les hacen sentirse “especiales”; confunden ser “admiradas”, con ser amadas.

Es obvio que el asesino era un seductor y que su imagen física, servía de disfraz para no delatar su verdadero carácter de narcisista extremo

Cuando Rebeca abandonó el terreno profesional para establecer una relación personal con el apodado “el pajarito”, pasó a ser una mujer más para el asesino José Javier, quedando a merced de un lobo disfrazado de víctima. Pero, como todos estos individuos, no soportan ni la crítica, ni el mas mínimo cuestionamiento a su imagen, ni de sus derechos únicos, que ellos niegan a los demás.

Cuando se sienten rebatidos, contrariados o desvelados, no digamos ya, advertidos de que pueden ser abandonados, su vergüenza se transforma en rabia destructiva sin límite: “¿quién eres tú, para…?”, “¿quién te has creído que eres…? Brutalmente, de ahí a: “No mereces vivir” (erigirse en juez y parte, sentenciar y ser verdugo), dista para ellos muy poco, segundos.

El ensañamiento continuado con las víctimas, gran número de disparos o apuñalamiento múltiple no es motivo, transcurrido un tiempo del crimen, para que atisbemos el más mínimo sentimiento de culpa, ni de compasión con la víctima (desvelamiento de que no la querían, sentimiento que nombran, pero desconocen). Se blindan en justificaciones exculpatorias que responsabilizan a la víctima por un comportamiento que según ellos les llevó a “perder el control”; relato en el que la frialdad es música de fondo del relato exculpatorio.

Segundas oportunidades

A menudo, la ciencia tiene que luchar denodadamente con los prejuicios y su simplificación. La bondad personal y la creencia en la bondad del género humano, tiene límites y matices importantes, como todo pensamiento humano. No así para Rebeca, error conceptual íntimo, que no le concederá desgraciadamente una segunda oportunidad. Que detrás de un narcisista haya en una historia personal, una dolorosa niñez y que “no naciera así”, que sea producto de un trauma y por ello merecedor de una segunda oportunidad; no implica que ingenuamente creamos en la linealidad de que un trato afectivo personal y social sean suficientemente reparadores y fomentadores de un cambio personal, en muchos casos paradigmáticos de la irreductibilidad de las defensas narcisistas. Esperar empatía de algunos de estos personajes es, como decía el poeta, esperar piedad del tirano. Sólo cabe nombrarlos sin paliativos: asesinos. (Permítaseme: “los pájaros no amamantan”).

Esperar empatía de algunos de estos personajes es, como decía el poeta, esperar piedad del tirano. Sólo cabe nombrarlos sin paliativos: asesinos.

En lo relativo a las relaciones románticas con un narcisista extremo, la mejor estrategia es procurar evitarlas desde un principio, o salirse de ellas tan pronto nos percatemos de su verdadera naturaleza. “No emprendas una relación con un narcisista pensando que lograrás cambiar a la persona, o que él o ella cambiará por amor. Aunque la gente a veces cambia como resultado de las diferentes experiencias vividas en sus relaciones, esto requiere algo que le hace falta al narcisista: la capacidad para responder a la compasión con la compasión” (S. Hotchkiss).

“No emprendas una relación con un narcisista pensando que lograrás cambiar a la persona, o que él o ella cambiará por amor”. (S. Hotchkiss)

Sirva esta dolorosa tragedia, para avalar la necesidad de que la sociedad democrática, que deseamos seguir disfrutando, aprenda de la experiencia de aquellos casos que pueden cuestionar la pertinencia de nuestro sistema jurídico y penal.

Entiendo y tengo la convicción de que el carácter rehabilitador de nuestro sistema penal requiere introducir en la Prisión Permanente y Revisable, así como en los permisos carcelarios o de libertad definitiva, que vengan precedidos y avalados por una evaluación psiquiátrica forense, así como de los funcionarios de la cárcel que hayan seguido el caso.


Dr. Vicente Ezquerro – Psiquiatra y psicólogo en Zaragoza

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